Ella vivía una vida normal,
aunque residía en una ciudad portuaria su día a día no giraba en torno al mar.
Una noche, durante una celebración familiar, llamaron a su puerta, él un hombre
mayor y extranjero, que se hacía llamar el “holandés errante”, venía a
buscarla.
Con miedo en el cuerpo y animada
por su hermana aceptó su propuesta. Le costaba reconocerlo, pero en el fondo de
su corazón algo se despertó que le hizo sentir que no era un extraño.
Sólo les llevo unos minutos acercarse a la playa, dónde le dijo emprenderían un largo viaje. Antes de partir, lo miró y le pidió que la esperará unos minutos, debía hablar unas cosas con el padre de sus hijas, al fin y al cabo habían compartido muchos años juntos.
El viejo pirata se inquietó al
verla alejarse, una mujer joven que estaba junto a él lo tranquilizó, “Volverá”-
le dijo, es necesario que cierre su vida aquí.
Junto a la orilla del tranquilo
mar de medianoche la conversación entre los esposos tocaba fin. En ese momento
el marido le preguntó “¿lo sabe?”-, ella se giró hacía él con su amplia
sonrisa, “Sí, claro”. Mientras respondía su cuerpo se iba llenando de escamas
de cintura para abajo y un suave balanceo la mantenía a flote.
¡Suerte!-, le susurró él mientras
volvía.
De fondo y a lo lejos, sonaba una música que invitaba a bailar. Todo hacía presagiar el reencuentro de estas dos almas, que pertenecían
al mar. Ése que durante siglos tanto les había dado y al que ahora debían
retornar en busca del origen.
Aunque son personajes de leyenda,
a los que se les atribuyen maldiciones y encantamientos, a mí me fascinan. Como amante del mar y de sus secretos más preciados intento
apartar los prejuicios que sobre piratas y sirenas nos ha contado la historia,
veo en ellos a seres que unidos en perfecta conjunción surcan los mares
defendiendo aquello que está en la superficie y en las profundidades del mar.
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